Quien se acerque con la sensibilidad estética de una tabla rasa quedará, sin duda, asombrado ante la amalgama de la composición de colores y geometrías, de luces y reflejos, de perspectivas e impactos ópticos, que le ofrece la obra pictórica de Nonia de la Rosa. Un asombro que pasa enseguida a ser paz sin matices, sosiego al que cantaba Juan de la Cruz como término de su experiencia mística, satisfacción interior, que es la antesala de un estado más que anímico de aquietamiento de los sentimientos y las pulsiones que, desgraciadamente, nos mantienen en vilo más tiempo del debido.
De ninguna manera podía quien firma esta presentación, viejo y lejano profesor de Nonia, sospechar que dentro de aquella niña discreta y tímida, observadora y apacible, había un volcán dormido de energía que, ya desde aquella adolescencia sin contaminar, comenzaba a conducirse, en reflexivo caminar, por un proceso que uno intuye que aún no ha terminado, por más que en el presente parezca ser el Amor (¡todavía sin adjetivos!) el vértice final de sus indagaciones.
A uno se le permite adivinar que, por el camino, fueron necesarios muchos altibajos y muchas mudanzas, muchas perplejidades y muchos desánimos. Un ir y venir agitados, un alcanzar y perder sucesivos, un disfrutar y sollozar repetidos. El “ya” pero “todavía no” de todas las escatologías trascendentes. Era el viaje avariento hacia Algo o Alguien que una y otra vez se desvanecía cuando parecía estar ya aprehendido y aprendido. Era la experiencia vital que cantó nuestro Leopoldo Panero: “Y su Nombre sin letras, / escrito a cada instante por la espuma, / se borra a cada instante / mecido por la música del agua; / y un eco queda solo en las orillas”.
Pero un buen día, providencial día diríamos desde la fe religiosa, Nonia se encontró, por mediaciones humanas a las que está inefablemente agradecida, con una “nueva dirección, un cambio de rumbo”, que ella definirá con la rotundidad de quien se abre a una mañana soleada tras un viaje atosigado por las nieblas: “Mi peregrinación debe ir hacia y por el amor” (nótese que aquí lo escribe con minúscula).
Desde el Caos inicial, cuyo significado estoy seguro de que estaba más cerca de las concepciones griega y bíblica -la inmensidad vacía o las tinieblas que reposan sobre el abismo- que del uso común que hoy hacemos del término -la confusión y el desorden-, Nonia de la Rosa peregrinó (hasta con el significado literal de la semántica de este verbo) en búsqueda de un Cosmos que concentrara las sinonimias misteriosas de los conceptos de Sentido y Armonía y Verdad y Bondad y Belleza. Estos conceptos vienen exigidos desde lo profundo de nosotros mismos, se exteriorizan, con la afonía de lo indefinible, por medio de “sentimientos y palabras”, y terminan haciéndose plenitud en la utopía que recibe mil nombres según las particularidades de mitologías, antropologías, filosofías y religiones.
Uno de esos nombres es precisamente el del Amor. Para Nonia es el punto final de un momento “totalmente nuevo, constructivo y creativo”. Ella describe ese instante como “un renacimiento” que la trasladó “a un espacio totalmente desconocido, nuevo, percibido y guiado por y desde el Amor”. No olvide el lector el recurso gráfico de la letra mayúscula con que se inicia el sustantivo, realidad que a más de uno le conducirá a recordar cómo Juan, el discípulo amado de los Evangelios, cuando quiso definir al Dios que Jesús de Nazaret nos revelaba, dijo de Él precisamente que era Amor (cf. I Jn 4,8). En este texto el Águila de Patmos empleó el término griego (ἀγάπη) que define el amor de donación y benevolencia, que, sin matices ni condiciones, puede acabar por ser la misma prosopopeya que Nonia justifica y expresa con mayúscula, el Amor.
Presumo que cuento con la aquiescencia de la autora si me atrevo a decir que más bien ha sido ese Amor en persona quien se encontró con ella y la ha modelado callada y respetuosamente para hacer del genio de su persona un instrumento que contribuya a hacer que su Cosmos se aproxime a integrarse en los proféticos Cielos Nuevos y Tierra Nueva (cf. Is 65, 17; Ap 21, 1). Para transformarla en un “apóstol de la Belleza”, que diría el papa Francisco. La corresponsabilidad en la obra creada la canta así la Liturgia de las Horas cristianas: “Tu poder multiplica / la eficacia del hombre/ y crece cada día, entre sus manos, / la obra de tus manos”.
Disfrute quien visite Palat del Rey en estos días y déjese contagiar por ese estado de Buen Amor que en Nonia de la Rosa se hace causa eficiente del impulso lleno de ternura que la ha conducido a hacernos sentir en su obra que “el Amor es universal, infinito, energía eterna, poderosa y unificadora que permanece entre nosotros desde siempre y para siempre”. Tal vez, por medio de la contemplación de colores y formas, será posible encontrar el hilo conductor de la muestra. En este proceso Nonia, en comunión con todo lo terreno y todo lo humano (“identificación con el Universo”, “Unión Espiritual”, escribirá ella), irá permitiendo que aflore su emotividad femenina que es caldeada por el “sol en el corazón”. El resultado será esta antología plástica, que facilitará primero “vislumbrar fondos abismales de tiempo pasado, ecos de dolor y confusión” (“Lágrimas de Estrella”, “Lugar sin nombre”, “En el Útero”, “Movimientos sensuales”…), para pasar más tarde a acoger, en un segundo paso, un “descubrimiento espiritual” en el que se integran todas las dispersiones del cuerpo y del alma (“El Despertar”, “Sueños, “Ojo azul”, “Esencia de Mujer”, “Energía de la Madre Tierra”, “Aliento en la Respiración”, “La Fusión”…) , y culminar en la maravilla de un Amor, que por ser difusivo de sí mismo, acabará por llevarnos suavemente de la mano hacia el espacio en el que tiene su morada “la serenidad final que todo ser humano anhela, para enfrentarse a este viaje de la vida con un Beso Eterno” (“Silenciando la Mente: Amor”, “Amando”, “El Sol en el Corazón”, “Jardín Interior”, “La Unión Espiritual”…).
Al observador de hoy, en esta Exposición de “La Búsqueda a través del Amor” (se mantiene la mayúscula), se le regala, tras un largo proceso de “aprendizaje espiritual”, al menos un remanso de “unidad y serenidad”. Las 30 obras, de arte abstracto con técnica digital, que en Palat del Rey encuentran un joyero singular, en su juego de cromatismos vivos y volúmenes planos se convierten en “un canto a ese sentimiento universal que supera fronteras, razas y creencias”. Son una “valiosa respuesta” que comunica y transmite un estado de enamoramiento en su autora que preanuncia futuras fecundidades, de las que esta Exposición, estoy seguro, es solo un anticipo.
Antonio Trobajo Díaz,
Deal de la Catedral de León
Octubre de 2018